oficio cartonero

No es mi cumpleaños
No me saluden
No es mi cumpleaños
Ay! Esta tumba
Se me hizo chica
Nadie me viene a ver
Nada que ver
Se me fue el alma
Ya volverá
Confío en la paciencia
Debi asirme de la prudencia
Veo mucho desde arriba
No veo tele no tengo
Verso
Escribo
Describo
Imposible de traducir
Imposible
De poner patas arriba
No tengo pecho adonde
Mover una cripta
Yo me entiendo
Guardo el vino para después
Para cuando ya no esté
Se puso tiesa
La pieza
Muevan los muebles
Cierren la puerta
Abran mi cuerpo
Antes no dije
Nada cierto
Se empinaron a verme
Prendieron lumbre
Me vieron cara de chicha
Me quemaron las liendres
Me hago el tonto
Yo me entiendo
Empieza diciembre
Acaba el año
Sensibilidad
Sólo conozco tu espalda
La niña baila
Me hago el tonto
Se me derrite
La nieve
Del invierno
Que me tuvo
Allá abajo.

Amando a una mujer sobre su madera,

ella atada a la eternidad del sol,

quema sus muslos,

gobierna mis noches claras y frescas.

Las arenas remotas

la dibujan como sirena,

un relámpago ciega a los tordos,

que visitan mi colina.

Amando a una mujer

en la colina,

con las espinas en sus sienes

besando mi vestidura,

ella mereciendo

ser deseada por los astros.

Adormecidas sus manos

sobre mi espalda,

clavos hundidos que la despiertan

en mi sueño

envuelto por ella.

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I

El sol teje su aurora
en la cual compongo lamentos
que luego borraré
para armar una poesía.
Me asomo en primera persona
al hallar evidencias claras
de que nací en cuna de oro
sin tiroteos
sin embargo económico
sin regimén totalitario
sólo con algunas bestias sueltas
que soltaban su leche para mi espíritu.
Así fue que en una galería de arte
alguien distorsionó mi porvenir
entonces yo no creía en el Infierno
sólo en la primera persona
asomada a la aurora.
En esta parte un sueño se interpuso
haciéndome olvidar lo que necesitaba escribir
sin embargo
la segunda persona vació mi cantimplora.
Había otra persona que sabía manejar
la situación de no poder armar casas de palafitos
pero como en ocasiones anteriores
olvidé preguntar su nombre.

II

Así me fui en un vuelo ligero
sin decir adiós a nadie ni siquiera a mí mismo.
Apagando los oídos para sólo escuchar
lo que dentro de la cabeza sonaba brandemburguesamente,
así fue que se apagó una llama en lontananza.
Puse piloto automático,
desnudé a una niña,
escondí el espejo para ver su rostro
le di música como de bestia suelta.
Asomé la primerísima primera persona
a su juventud agigantada
por la aurora distorsionada,
enseguida la arrastré cuestabajo
en un carrito de supermercado.
Acto seguido cubrí mi fiebre
con un pedazo de bandera que encontré en la calle.

Qué importa su mirada

atrapada entre plumas,

o el tenue sorbo de la caída

de sus pechos en mi relámpago.

Habité grietas de una faz,

de las miles de mi anhelo sonámbulo.

Si tuviera arena en el hambre
húmeda la huida sería.

Bajo la tutela de la sangre

nadé

hasta el silencio de los orígenes.

Andariega en su momento,

atrapa mi pescuezo reflejado en sus pupilas,

atrapa mis piernas con el fuego de otra alma,

mencionando esa caligrafía gruesa mía,

que atrapaba pajaritos.

Nadé

y no quebré las patas.

Habla como si fuera yo,

como si no tuviera hocico.

Me invita a observar el mar que brama,

entre su silencio y el mío.